Ver lobos en libertad
Observar lobos en estado salvaje no es nada sencillo. A sus costumbres crepusculares une una baja densidad de población, propia de cualquier depredador en la cúspide de la pirámide trófica. Tampoco contribuye a que se deje ver la larga trayectoria de siglos de persecución que ha sufrido a manos del ser humano, sin duda, su principal y, actualmente, casi único enemigo. Esta convulsa historia común le hace ser especialmente precavido a la hora de evitar indeseables encuentros con los humanos.
En este contexto, tratar de ver lobos en libertad requiere de un profundo conocimiento de la biología de la especie para saber buscarla en el monte a las horas adecuadas, en el sitio y en el tipo de hábitat correcto. Basta una mínima cobertura arbustiva para que los lobos sean capaces de pasar totalmente inadvertidos. Sus aguzados sentidos (tanto la vista, como el oído y el olfato) son garantía adicional de que serán capaces de detectar la presencia humana mucho antes de que nosotros consigamos hacer lo mismo. La distancia, y un comportamiento discreto, son nuestras únicas armas para hacer posible que el lobo tolere nuestra presencia y nos brinde la oportunidad de disfrutar de su observación.
Por tanto, tratar de hacer las observaciones a una distancia adecuada es una de las claves para tener éxito en el avistamiento, un factor que no es fácil de determinar y que depende en gran medida de la experiencia previa con la especie. El relieve, las circunstancias ambientales, incluso el carácter individual de cada ejemplar en la manada pueden hacer variar este parámetro, pero lo que siempre es importante es intentar la observación de ladera a ladera, sin entrar en el territorio más utilizado por los lobos.
Otra de las claves fundamentales es la hora a la que intentar la observación. Tener opciones de éxito en la mayoría de los casos requiere estar en el monte, en el sitio correcto, con las primeras horas del alba o en los últimos minutos de luz antes del anochecer. Lo que se suele hacer es una “espera” que consiste en apostarse en un punto aventajado, con grandes vistas del entorno, donde hay que permanecer inmóvil y en silencio habitualmente durante horas hasta conseguir dar con los animales o hasta que decidan dejarse ver al descubierto.
Finalmente, es fundamental disponer del equipo adecuado de observación. Se necesita óptica luminosa, capaz de ofrecer buenos resultados con poca luz ambiental. Unos prismáticos solo resultarán útiles para localizar a los animales en la inmensidad del monte, pero no para disfrutar de una observación de calidad dada la distancia a la que se suelen avistar. Lo más recomendable es emplear un telescopio terrestre, que hará posible ver a los animales con todo lujo de detalle.
Contratar los servicios de una empresa de guías especializada en observación de fauna es la mejor, y muchas veces única, opción de tener éxito en el avistamiento del lobo.
Una experiencia inolvidable
A la hora de observar fauna pocas variables son capaces de desatar tanta emoción como la incertidumbre y el ser conscientes de la dificultad de observación de la especie que estamos tratando de avistar. Y el lobo reúne todos estos elementos. Con esta especie nunca se puede garantizar el éxito en la observación, no importan las horas y el esfuerzo previo empleados en preparar la actividad. Cada salida de avistamiento es diferente; nunca el comportamiento de los animales se repite exactamente de un día al siguiente; tampoco las circunstancias ambientales son iguales. Esta ausencia de certeza de éxito obliga a los observadores a poner todos sus sentidos al servicio de la actividad, a permanecer alerta al más mínimo movimiento que sean capaces de detectar.
Sentados frente a un paisaje que parece infinito, repleto de vallejas, pedrizas, praderas, espesuras y montículos que antes eran imperceptibles y que ahora parecen estar por todos lados, enseguida uno se da cuenta de que la tarea de localizar al lobo va a ser más ardua de lo que en un principio aparentaba. Esta sensación habitualmente se acentúa con el paso de los minutos, a veces las horas. Pero, de pronto, ahí están. Y la emoción se desata. Incontrolable. Y una sonrisa se dibuja en nuestros rostros mientras contemplamos a través del telescopio a los animales… y nos damos cuenta de que ellos ya nos han visto. Sus ojos, penetrantes y ambarinos, clavados en los nuestros a pesar de la mediación de la óptica, son capaces de poner los vellos de punta y transmitir mucho más que una simple mirada: sugieren sensaciones y sentimientos, emociones que casi te permiten comprender lo que está pasando por la mente del lobo. Y es en ese momento en el que uno entiende lo que es la experiencia de observar lobos en libertad.
Épocas de observación
No todas las estaciones del año son buenas épocas de avistamiento con el lobo. En la Montaña de Riaño, el periodo principal de observación va de finales de julio o agosto hasta mediados de octubre o noviembre. En esta época es cuando existen mayores garantías de éxito en la observación directa del cánido.
Esto no quiere decir que la actividad no merezca la pena en otros momentos del año. Más bien al contrario. Aunque en invierno es más difícil, porque los animales realizan movimientos más amplios, porque disponen de más horas de oscuridad para desplazarse con impunidad, o porque las manadas se hallan más dispersas, la posibilidad de rastrear a los ejemplares a partir de sus huellas en el barro o en la nieve, o de escucharlos aullar en cualquier cabecera apartada, constituyen motivos más que suficientes para intentarlo. A veces este tipo de encuentros indirectos resultan más emocionantes e intensos que la propia observación.
También en primavera, entre mediados de abril y mayo suele haber un periodo bueno de observaciones en la Montaña de Riaño, justo antes de que los grupos familiares se retiren a zonas recónditas del monte para dar a luz a los cachorros en alguna secreta madriguera oculta en la espesura del bosque o del piornal.